El Espíritu Santo en nuestra vida

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La fe nos lleva a vivir la experiencia de Dios de una manera sublime en nuestra vida cotidiana. Aprendemos desde pequeños a hablar con Dios, pero muy pocas veces nos detenemos a experimentar el fuego del Espíritu que guía, que santifica y nos hace testigos de la resurrección.

Pentecostés cierra con broche de oro la Pascua. En Pentecostés el Espíritu se le da a la Iglesia toda. La iglesia toda se abre a la realidad del mundo y poco a poco, en el transcurrir de los siglos, guiada por ese Espíritu, ese fuego, va abriendo sus ventanas a la realidad.

De pequeños nos enseñan a rezar el Padrenuestro, el Avemarías, el Gloria, pero muy pocas personas aprender a orar con Dios Trino. No solo con las experiencias individuales de Dios, sino Todo Él. La oración trinitaria es la verdadera oración cristiana, porque el alma se eleva al “cara a cara” con Dios a través de la invocación del Hijo que se da por la fuerza y guía del Espíritu Consolador, del Espíritu que fluye y mueve las almas para entrar en la dinámica de Dios.

Cuando oramos a una sola persona de la Trinidad, estamos rencos en nuestra oración, no hemos aprendido a ser Hijos en el Hijo, guiados por el Espíritu para ver el Rostro del Sin Nombre, del que no tiene Cuerpo y es el Todo de la Iglesia.

La Iglesia desde los inicios del cristianismo ha enseñado a orar invocando al Espíritu Santo, el Hijo nos dijo que donde dos o tres se reúnan (Mt 18, 20) en su presencia ahí está él, y el mismo Hijo nos dijo que Él es el rostro del Padre (Jn 14, 9). Y San Pablo cuando escribía a los Efesios les exponía la doctrina de las tres manifestaciones de Dios con un himno solemne (Ef 1, 3-14), hermoso, fabuloso que leerlo y leerlo solo hace que el alma se dé cuenta ¡cuánto falta para ser hijos en el Hijo!

No basta tener fe para orar, pues debe haber intención, acción, fe, dedicación, perseverancia, esperanza y paciencia. El Espíritu Santo nos da todo eso. Sus dones nos llevan hacia esas vivencias profundamente divinas y santificadoras. Dice el Padre Ignacio que “orar no es fácil”, no lo es, implica desarraigar el corazón de nuestros apuros y entrar en la morada. No siempre entramos en la última morada de un solo, debemos ir poco a poco. Santa Teresa en su libro de “Las Moradas” nos deja claro que la oración es un proceso. A veces la gracia nos impacta, pero para ello también necesitamos percepción y asombro.

El asombro es la característica de los niños pequeños. El asombro contemplativo es salir de mí para descubrir a Dios en todo, sabiendo que no está en todo, pero él lo hizo todo, es descubrir la huella de Dios en la creación. En la espiritualidad ignaciana se dirá que es ser “contemplativos en la acción”, se le busca en la oración, se le encuentra ahí, se le contempla ahí, pero en la vida es donde el Espíritu Santo nos hará experimentar aún más su fuerza.

No basta repetir palabras. Como dirá Teresa de los Andes “busquen siempre a Dios, su amor no ha encontrado límites”.

Hoy es Pentecostés, es el día para pedir al Espíritu que entre, pero abrirle el corazón para que él more y nos lleve a la divina presencia.

Secuencia de Pentecostés – Seminario Pontificio Mayor de Santiago
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