23. San Carlos de Foucauld, corazón palpitante de caridad en la vida oculta.

La audiencia general del Papa Francisco del 18 de octubre de 2023 se centró en la figura de San Carlos de Foucauld y su apasionado celo por la evangelización. Aquí hay algunas reflexiones y puntos clave a partir de su catequesis que sin duda nos permitirán asumir el celo apostólico de Carlos en nuestra  misión personal y comunitaria.

  1. El celo apostólico: El Papa Francisco destaca la importancia del celo apostólico, es decir, el celo y la pasión por anunciar el Evangelio. San Carlos de Foucauld fue un ejemplo destacado de esta cualidad, ya que hizo de Jesús y los pobres la pasión de su vida.
  2. Tener a Jesús en el corazón: El Papa enfatiza que el primer paso para evangelizar es tener a Jesús en el corazón. San Carlos de Foucauld «perdió su corazón por Jesús de Nazaret» y esto le impulsó a compartir a Jesús con los demás. La importancia de centrar nuestras vidas en Cristo es un recordatorio para todos los cristianos.
  3. Imitación de Jesús: Carlos no solo se contentó con amar a Jesús, sino que también buscó imitarlo. Esto llevó a su compromiso con la evangelización y su deseo de dar a conocer a Cristo a través de su vida y ejemplo.
  4. La fuerza de la Eucaristía: Francisco destaca la importancia de la Eucaristía en la vida de Carlos de Foucauld. Pasaba largas horas en adoración, convencido de que la «vida eucarística» es evangelizadora. Se pregunta si nosotros, como creyentes, creemos en la fuerza de la Eucaristía y si encontramos en la adoración el inicio y el cumplimiento de nuestro servicio a los demás.
  5. Participación de los laicos: El Papa resalta que San Carlos de Foucauld reconoció la importancia de los laicos en la evangelización y la vida de la Iglesia. Los laicos tienen un papel esencial en llevar el Evangelio al mundo con su testimonio y cercanía.
  6. El apostolado de la mansedumbre: El Hermano Carlos encarnó el apostolado de la mansedumbre. A través de su bondad, ternura y compasión, mostraba la belleza del Evangelio y atraía a los demás hacia Cristo. El Papa subraya que el testimonio cristiano debe ser una demostración de cercanía, compasión y ternura, en lugar de proselitismo.
  7. Cercanía, compasión y ternura: El Papa Francisco concluye destacando que el estilo de Dios se caracteriza por la cercanía, compasión y ternura. Esto debe ser también el camino del testimonio cristiano. Los cristianos deben llevar la alegría, la mansedumbre, la ternura y la compasión cristianas a los demás.

En otras palabras, la audiencia del Papa Francisco sobre Santo Hermano Carlos de Foucauld nos recuerda la importancia de tener a Jesús en el centro de nuestras vidas, de vivir la Eucaristía con fervor y de llevar a cabo la evangelización a través del testimonio de amor, cercanía y mansedumbre hacia los demás. San Carlos de Foucauld sirve como un ejemplo inspirador de cómo un cristiano puede impactar el mundo a través de su pasión por Cristo y su servicio a los necesitados.

Catequesis. La pasión por la evangelización: el zelo apostólico del creyente. 23. San Carlos de Foucauld, corazón palpitante de caridad en la vida oculta.

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 18 de octubre de 2023

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Catequesis. La pasión por la evangelización: el zelo apostólico del creyente. 23. San Carlos de Foucauld, corazón palpitante de caridad en la vida oculta.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos nuestro encuentro con algunos cristianos testigos, ricos de celo en el anuncio del Evangelio. El celo apostólico, el celo por el anuncio: nosotros estamos repasando algunos cristianos que han sido ejemplo de este celo apostólico. Hoy quisiera hablaros de un hombre que ha hecho de Jesús y de los hermanos más pobres la pasión de su vida. Me refiero a san Carlos de Foucauld el cual, «desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos» (Cart. enc. Fratelli tutti, 286).

¿Y cuál ha sido el “secreto” de Carlos de Foucauld, de su vida? Él, después de haber vivido una juventud alejada de Dios, sin creer en nada si no en la búsqueda desordenada del placer, lo confía a un amigo no creyente, al que, después de haberse convertido acogiendo la gracia del perdón de Dios en la Confesión, revela la razón de su vivir. Escribe: «He perdido mi corazón por Jesús de Nazaret»[1]. El hermano Carlos nos recuerda así que el primer paso para evangelizar es tener a Jesús dentro del corazón, es “perder la cabeza” por Él. Si esto no sucede, difícilmente logramos mostrarlo con la vida. Más bien corremos el riesgo de hablar de nosotros mismos, de nuestro grupo de pertenencia, de una moral o, peor todavía, de un conjunto de reglas, pero no de Jesús, de su amor, de su misericordia. Esto yo lo veo en algún movimiento nuevo que está surgiendo: hablan de su visión de la humanidad, hablan de su espiritualidad y ellos se sienten un camino nuevo… ¿Pero por qué no habláis de Jesús? Hablan de muchas cosas, de organización, de caminos espirituales, pero no saben hablar de Jesús. Creo que hoy sería bonito que cada uno de nosotros se pregunte: Yo, ¿tengo a Jesús en el centro del corazón? ¿He perdido un poco la cabeza por Jesús?

Carlos sí, hasta el punto que pasa de la atracción por Jesús a la imitación de Jesús. Aconsejado por su confesor, va a Tierra Santa para visitar los lugares en los que el Señor ha vivido y para caminar donde el Maestro ha caminado. En particular es en Nazaret que comprende que tiene que formarse en la escuela de Cristo. Vive una relación intensa con el Señor, pasa largas horas leyendo los Evangelios y se siente su hermano pequeño. Y conociendo a Jesús, nace en él el deseo de darlo a conocer. Siempre sucede así: cuando cada uno de nosotros conoce más a Jesús, nace el deseo de darlo a conocer, de compartir este tesoro. Al comentar el pasaje de la visita de la Virgen a santa Isabel, le hace decir: «Me he donado al mundo… llevadme al mundo».Sí, pero ¿cómo? Como María en el misterio de la Visitación: «en silencio, con el ejemplo, con la vida»[2]. Con la vida, porque «toda nuestra existencia – escribe el hermano Carlos – debe gritar el Evangelio»[3]. Y muchas veces nuestra existencia grita mundanidad, grita muchas cosas estúpidas, cosas extrañas y él dice: “No, toda nuestra existencia debe gritar el Evangelio”.

Entonces decide establecerse en regiones lejanas para gritar el Evangelio en el silencio, viviendo en el espíritu de Nazaret, en pobreza y en lo escondido. Va al desierto del Sahara, entre los no cristianos, y allí llega como amigo y hermano, llevando la mansedumbre de Jesús- Eucaristía. Carlos deja que sea Jesús quien actúe silenciosamente, convencido de que la “vida eucarística” evangeliza. De hecho, cree que es Cristo el primer evangelizador. Así está en oración a los pies de Jesús, delante del tabernáculo, durante unas diez horas al día, seguro de que la fuerza evangelizadora está ahí y sintiendo que es Jesús quien le lleva cerca de tantos hermanos alejados. Y nosotros, me pregunto, ¿creemos en la fuerza de la Eucaristía? Nuestro ir hacia los otros, nuestro servicio, ¿encuentra ahí, en la adoración, su inicio y su cumplimiento?

Estoy convencido de que nosotros hemos perdido el sentido de la adoración; debemos retomarlo, empezando por nosotros los consagrados, los obispos, los sacerdotes, las monjas y todos los consagrados. “Perder” tiempo delante del tabernáculo, retomar el sentido de la adoración.

Carlos de Foucauld escribe: «Todo cristiano es apóstol»[4]; y recuerda a un amigo que «cerca de los sacerdotes hacen falta laicos que vean lo que el sacerdote no ve, que evangelizan con una cercanía de caridad, con una bondad para todos, con un afecto siempre preparado para donarse»[5]. Los laicos santos, no los que trepan. Y esos laicos, ese laico, esa laica que están enamorados de Jesús hacen entender al sacerdote que él no es un funcionario, que él es un mediador, un sacerdote. Nosotros sacerdotes necesitamos mucho tener a nuestro lado a estos laicos que creen de verdad y con su testimonio nos enseñan el camino. Carlos de Foucauld con esta experiencia anticipa los tiempos del Concilio Vaticano II, intuye la importancia de los laicos y comprende que el anuncio del Evangelio pertenece a todo el pueblo de Dios. Pero ¿cómo podemos aumentar esta participación? Como hizo Carlos de Foucauld: poniéndonos de rodillas y acogiendo la acción del Espíritu, que siempre suscita formas nuevas para involucrar, encontrar, escuchar y dialogar, siempre en la colaboración y en la confianza, siempre en comunión con la Iglesia y con los pastores.

San Carlos de Foucauld, figura que es profecía para nuestro tiempo, ha testimoniado la belleza de comunicar el Evangelio a través del apostolado de la mansedumbre: él, que se sentía “hermano universal” y acogía a todos, nos muestra la fuerza evangelizadora de la mansedumbre, de la ternura. No olvidemos que el estilo de Dios está en tres palabras: cercanía, compasión y ternura. Dios está siempre cerca, siempre es compasivo, siempre es tierno. Y el testimonio cristiano debe ir por este camino: de cercanía, de compasión, de ternura. Y él era así, manso y tierno. Deseaba que quien lo encontrara viera, a través de su bondad, la bondad de Jesús. Decía que era, de hecho, «servidor de uno que es mucho más bueno que yo»[6]. Vivir la bondad de Jesús lo llevaba a estrechar vínculos fraternos y de amistad con los pobres, con los Tuareg, con los más alejados de su mentalidad. Poco a poco estos vínculos generaban fraternidad, inclusión, valorización de la cultura del otro. La bondad es sencilla y pide ser personas sencillas, que no tengan miedo de donar una sonrisa. Y con la sonrisa, con su sencillez, hermano Carlos testimoniaba el Evangelio. Nunca proselitismo, nunca: testimonio. La evangelización no se hace por proselitismo, sino por testimonio, por atracción.

Preguntémonos entonces finalmente si llevamos en nosotros y a los otros la alegría cristiana, la mansedumbre cristiana, la ternura cristiana, la compasión cristiana, la cercanía cristiana. Gracias.

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[1] Lettres à un ami de lycée. Correspondance avec Gabriel Tourdes (1874-1915), Paris 2010, 161.

[2] Crier l’Evangile, Montrouge 2004, 49.

[3] M/314 in C. de Foucauld, La bonté de Dieu. Méditations sur les Saints Evangiles (1), Montrouge 2002, 285.

[4] Carta a Joseph Hours, in Correspondances lyonnaises (1904-1916), Paris 2005, 92.

[5] Ivi, 90.

[6] Carnets de Tamanrasset (1905-1916), Paris 1986, 188.

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