Día 3: Ayúdame, Señor, a amarte a ti, a mi prójimo y a mí mismo con todo lo que soy

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Hoy, en el tercer día del octavario de oración por la unidad de los cristianos, nos sumergimos en las riquezas de las Escrituras con Deuteronomio 10,12-13 y el Salmo 133 como faros espirituales. Acompañados por el lema que resuena en nuestras almas, «Ayúdame, Señor, a amarte a ti, a mi prójimo y a mí mismo con todo lo que soy«, exploramos la interconexión de estos tres amores fundamentales.

El pasaje de Deuteronomio 10, 12-13 nos recuerda la esencia de nuestra relación con Dios. Somos llamados a temer al Señor, a andar en sus caminos, a amarlo y a servirlo con todo nuestro corazón y toda nuestra alma. Esta conexión vertical con Dios es el punto de partida para comprender la profundidad del amor que debemos tener por nosotros mismos y por nuestros prójimos.

El Salmo 133, a su vez, pinta un hermoso cuadro de la unidad fraternal. Es como el óleo esparcido sobre la cabeza de Aarón, que desciende por su barba y llega hasta el borde de sus vestiduras. Esta imagen nos habla de la bendición y la hermandad que fluyen cuando vivimos juntos en armonía. Es un recordatorio de que la unidad no solo es agradable a Dios, sino que también es un manantial de vida y bendición.

El lema del día nos desafía a amar a Dios, a nuestro prójimo y a nosotros mismos de manera integral. Es un llamado a reconocer la interdependencia de estos amores. Amar a Dios nos capacita para amar a nuestro prójimo, y al amarnos a nosotros mismos, podemos irradiar ese amor hacia los demás. En este ciclo de amor tríplice, encontramos una danza divina que nos eleva y nos une como pueblo de Dios.

Que este tercer día del octavario sea una oportunidad para reflexionar sobre la interconexión de estos amores. Que la oración «Ayúdame, Señor, a amarte a ti, a mi prójimo y a mí mismo con todo lo que soy» resuene en nuestros corazones, guiándonos hacia una comprensión más profunda de la unidad que buscamos. En este camino de amor entrelazado, que podamos descubrir la belleza de ser verdaderamente uno en Cristo.

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