El texto del IV Domingo del Tiempo Ordinario nos presenta varias dimensiones importantes para la reflexión espiritual y la orientación hacia Dios. En la entrada de hoy te presento, querido lector, una aproximación corta a las lecturas del día de hoy que la liturgia nos invita a reflexionar.
La lectura de Deuteronomio 18, 15-20 nos habla de la promesa de un profeta que surgirá entre el pueblo, al que deben escuchar, porque hablará las palabras de Dios. Este profeta es comparado con Moisés, y la obediencia a sus palabras se presenta como crucial. Esta promesa se cumple en Jesucristo, el profeta definitivo que trae la palabra y la voluntad de Dios.
En este contexto, el Salmo 94 nos exhorta a no ser sordos a la voz del Señor. Invita a la adoración y la acción de gracias, recordando las obras pasadas de Dios y llamando a la obediencia en el presente. La llamada a no endurecer el corazón es una advertencia importante para mantener una disposición receptiva a la guía divina.
La lectura de 1 Corintios 7, 32-35 ofrece una perspectiva sobre el estado civil y cómo afecta la dedicación a Dios. San Pablo destaca la ventaja de la soltería en términos de poder dedicarse plenamente al servicio del Señor, sin las preocupaciones adicionales que vienen con el matrimonio. Esto no significa que el matrimonio sea desfavorable, sino que cada estado de vida tiene sus propias responsabilidades y demandas.
En el Ángelus del 31 de enero de 2021 sobre el pasaje evangélico de Marcos 1, 21-28, el Papa Francisco nos conduce a través de un día común en el ministerio de Jesús, específicamente en una sinagoga de Cafarnaúm durante el día de descanso y oración, el sábado. Jesús, al leer y comentar las Escrituras, muestra una autoridad que sorprende a los presentes, marcando una clara diferencia con los escribas. Su predicación no es una repetición de tradiciones, sino una enseñanza que emana directamente de Él, una palabra con autoridad divina.
Este pasaje destaca dos elementos distintivos de la acción de Jesús: Su poderosa predicación y sus milagrosas obras de curación. La primera, resaltada por el evangelista Marcos, revela a Jesús como el profeta definitivo anunciado por Moisés. Su palabra no es simplemente humana, sino divina, con el poder de liberar a un hombre poseído por el maligno con solo una orden. Jesús cumple la promesa de Moisés, siendo el profeta como él, pero de manera superior.
La segunda, las curaciones, evidencian que la predicación de Jesús tiene como objetivo vencer el mal en el hombre y en el mundo. Sus palabras van directamente contra el reino de Satanás, poniéndolo en crisis y obligándolo a retroceder. La confrontación con el poseído revela la total diferencia entre Jesús y el maligno: son opuestos, y la autoridad de Jesús prevalece.
El Papa destaca la importancia de escuchar las palabras autorizadas de Jesús, llevando consigo un pequeño Evangelio para la lectura diaria. Invita a todos a reconocer sus problemas y pecados, pidiendo a Jesús, el profeta prometido, que los sane. En este llamado a la sanación espiritual, el Papa recuerda la figura de la Virgen María, quien guardó en su corazón las palabras y gestos de Jesús, siendo un ejemplo de total disponibilidad y fidelidad. Encomienda a María para que nos ayude a escuchar y seguir a Jesús, experimentando en nuestras vidas los signos de su salvación.
En el IV Domingo del Tiempo Ordinario, estas lecturas nos invitan a considerar la importancia de escuchar la voz de Dios a través de su profeta, que es Jesucristo. La adoración, la acción de gracias y la obediencia son aspectos esenciales de nuestra relación con Dios. Además, se nos recuerda que el estado de vida en el que nos encontramos no debe convertirse en un obstáculo para nuestra dedicación a Dios; más bien, cada estado tiene su propio valor y oportunidades para crecer espiritualmente.
En este contexto, la reflexión espiritual podría centrarse en la disposición a escuchar la voz de Dios en nuestras vidas, la importancia de la adoración y la acción de gracias como expresiones de nuestra relación con Él, y cómo podemos vivir de manera constante y sin distracciones en presencia del Señor, independientemente de nuestro estado de vida. La lectura nos desafía a ser receptivos a la guía divina, a recordar las obras pasadas de Dios y a vivir de acuerdo con Su voluntad.