10. La soberbia

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En su reciente audiencia general, el Papa Francisco nos guió a través de una profunda reflexión sobre el vicio de la soberbia. Este último vicio en nuestra serie sobre los vicios y las virtudes es presentado como la cumbre de los males, un estado de auto-exaltación que nos separa de Dios y envenena nuestras relaciones humanas. La soberbia, como nos recuerda el Papa, no es solo una enfermedad del ego, sino que es un pecado radical que se manifiesta en la absurda pretensión de igualarnos a Dios. Este pecado, que encontramos en el relato del Génesis, ha arraigado profundamente en la humanidad, conduciendo a juicios despreciativos, arrogancia y la incapacidad de aceptar críticas constructivas.

Nos advierte sobre los síntomas evidentes de la soberbia: la altivez, la rigidez en el juicio, la reacción exagerada ante cualquier crítica, por mínima que sea. Es un vicio que nos aleja de la humildad, la virtud que nos acerca a la gracia de Dios y nos permite construir relaciones auténticas y fraternales.

Las palabras del Papa resonan poderosamente en el contexto del siglo XXI, donde la cultura del ego y la búsqueda desenfrenada de reconocimiento y éxito están tan arraigadas. Este vicio se manifiesta en las redes sociales, donde se busca constantemente la validación externa y se juzga a los demás con dureza detrás de la pantalla. Sin embargo, el mensaje de esperanza que recibimos hoy, también brilla a través de sus palabras. Nos recuerda que la salvación pasa por la humildad, el verdadero remedio para la soberbia. Nos invita a aprovechar la Cuaresma como un tiempo para examinar nuestras actitudes y luchar contra nuestros propios demonios internos.

En un mundo donde la imagen y la reputación a menudo se valoran más que la autenticidad y la compasión, el Papa valientemente, a través de esta catequesis, nos desafía a mirar más allá de nosotros mismos y a cultivar una humildad que nos acerque a Dios y a nuestros semejantes. Nos recuerda que la verdadera grandeza reside en servir y amar, en lugar de buscar constantemente la admiración y el reconocimiento.

Que el Papa nos inspire a abrazar la humildad en nuestras vidas diarias, a reconocer nuestras limitaciones y a buscar la gracia de Dios en todo momento. Que podamos aprender a ser como el segundo Pedro, que después de experimentar su propia debilidad, se convierte en un discípulo fiel, listo para llevar el peso de la Iglesia con humildad y amor.

¿Y qué es lo que impide esta humildad, este endiosamiento bueno? La soberbia. Ese es el pecado capital que conduce al endiosamiento malo. La soberbia lleva a seguir, quizá en las cuestiones más menudas, la insinuación que Satanás presentó a nuestros primeros padres: se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal. Se lee también en la Escritura que el principio de la soberbia es apartarse de Dios. Porque este vicio, una vez arraigado, influye en toda la existencia del hombre, hasta convertirse en lo que San Juan llama superbia vitae soberbia de la vida.

¿Soberbia? ¿De qué? La Escritura Santa recoge acentos, trágicos y cómicos a un tiempo, para estigmatizar la soberbia: ¿de qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? Ya en vida vomitas las entrañas. Una ligera enfermedad: el médico sonríe. El hombre que hoy es rey, mañana estará muerto

Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 99
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