En la más reciente audiencia general en la Plaza San Pedro, el Papa Francisco nos ha llevado a reflexionar sobre un tema fundamental en la vida humana: las virtudes y su papel en contraposición a los vicios. En un mundo donde los valores morales a menudo parecen difuminarse y las tentaciones nocivas se disfrazan con vestidos seductores, el Papa nos recuerda la capacidad inherente del ser humano para el bien y la importancia de cultivar este aspecto de nuestra naturaleza.

El Pontífice nos introduce al concepto de virtud, destacando su etimología tanto en el latín como en el griego, subrayando su conexión con la fortaleza, la valentía y la capacidad de disciplina. Nos recuerda que los santos no son seres excepcionales más allá de nuestra humanidad, sino aquellos que han alcanzado plenamente su verdadera naturaleza, realizando su vocación como seres humanos.

En un mundo donde la injusticia, la falta de respeto y la falta de esperanza parecen prevalecer, el Papa nos insta a redescubrir y practicar las virtudes. Nos desafía a imaginar un mundo donde la justicia y la benevolencia sean la norma, no la excepción. Nos recuerda que hemos sido plasmados a la imagen de Dios y que la virtud es el camino para recordar y vivir esa verdad fundamental.

El Papa nos ofrece una definición clara de la virtud como una disposición habitual y firme para hacer el bien, destacando que es el resultado de una lenta maduración y una característica interior de la persona. Nos presenta la gracia de Dios como el primer auxilio para adquirir la virtud, pero también nos recuerda la importancia de la sabiduría y la buena voluntad en este proceso.

Si la virtud es un don tan hermoso, inmediatamente surge una pregunta: ¿cómo es posible adquirirla? La respuesta a esta pregunta no es sencilla, sino compleja.

Papa Francisco

En un mundo posmoderno donde los valores parecen relativizarse y la búsqueda del placer inmediato prevalece, la enseñanza del Papa sobre las virtudes adquiere una relevancia aún mayor. Nos desafía a buscar la verdad, a cultivar la sabiduría y a ejercitar la buena voluntad en nuestro camino hacia la virtud. Nos recuerda que, en última instancia, nuestra felicidad depende de nuestra capacidad para vivir de acuerdo con el bien y la verdad.

Esta catequesis nos ofrece una guía para navegar por el mundo posmoderno, recordándonos nuestra capacidad inherente para el bien y la importancia de cultivar las virtudes en nuestra vida diaria. Nos desafía a imaginar un mundo donde la virtud sea la norma y nos inspira a trabajar hacia ese objetivo, recordándonos que nuestra verdadera felicidad radica en vivir de acuerdo con la verdad y el bien.

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