Nuestra Señora de Alejandría

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La festividad de Nuestra Señora de Alejandría, celebrada el 8 de junio, conmemora la construcción de una iglesia en Alejandría, Egipto, en honor a la Santísima Madre. Esta iglesia fue erigida por San Pedro, quien fue patriarca de la ciudad en el año 310.

San Pedro de Alejandría fue el decimosexto arzobispo de Alejandría, en una línea que comenzó con San Marcos el Evangelista en el año 300. Gobernó durante doce años hasta su martirio y es recordado como un hombre de virtud extraordinaria y profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras. Lideró la Iglesia durante las persecuciones de Diocleciano y combatió contra obispos heréticos como Melecio y Arrio, a quienes excomulgó. San Pedro fue un obispo firme, y no cabe duda de quién fue su defensora celestial: Nuestra Señora de Alejandría.

La doctrina sobre la pureza y santidad de la Virgen María ha llenado las mentes y almas de los creyentes a lo largo de los siglos. Esta veneración se refleja en la forma en que se le describe en la liturgia y los oficios de la Iglesia, donde se la llama frecuentemente Inmaculada, inocente, sin mancha, toda pura y perfecta. Estas expresiones destacan la singular belleza, gracia y santidad de María, quien es vista como superior a los querubines y serafines, y como la morada de todas las gracias del Espíritu Santo.

El Papa Pío IX expresó en sus escritos cómo la veneración de María como la Madre de Dios y su pureza inmaculada han influido profundamente en la liturgia y la teología cristiana. En sus palabras:

«Era justo que, así como el Unigénito tenía un Padre en el cielo, a quien los serafines proclaman tres veces santo, también tuviera una Madre en la tierra, que nunca carecería del esplendor de la santidad. Y esta doctrina, de hecho, llenó las mentes y almas de nuestros antepasados, de tal manera que prevaleció entre ellos una forma de expresión maravillosa y singular, en la cual muy frecuentemente llamaban a la Madre de Dios Inmaculada y enteramente Inmaculada, inocente y la más inocente, sin mancha, santa, y la más distante de toda mancha de pecado, toda pura, toda perfecta, el tipo y modelo de pureza e inocencia, más hermosa que la belleza, más graciosa que la gracia, más santa que la santidad, y sola santa, y más pura en alma y cuerpo, quien ha superado toda perfección y toda virginidad, y se ha convertido en la morada de todas las gracias del Espíritu Santo, y quien, excepto Dios solo, es superior a todos, y por naturaleza más bella, más hermosa y más santa que los querubines y serafines; ella a quien todas las lenguas del cielo y la tierra no bastan para ensalzar.»

Este reconocimiento se ha reflejado en la liturgia, donde María es invocada y nombrada como una paloma inmaculada de belleza, una rosa siempre floreciente y perfectamente pura, siempre sin mancha y siempre bendita. Es celebrada como la inocencia que nunca fue herida, y como una segunda Eva que trajo a Emmanuel al mundo.

La devoción a Nuestra Señora de Alejandría y su representación en la liturgia y doctrina católica subraya la profunda veneración y amor hacia la Virgen María como la Madre de Dios, pura y sin mancha. Esta advocación, celebrada en la iglesia construida por San Pedro de Alejandría, continúa siendo un símbolo de fe y devoción para los creyentes, recordando el papel esencial de María en la historia de la salvación.

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